domingo, 18 de febrero de 2018

Mejor, concédele el beneficio de tu amor. A ti te lo han concedido ya muchas veces. Un caso que me pasó en Madrid


Mejor, concédele el beneficio de tu amor. A ti te lo han concedido ya muchas veces.

Fue lo que escuché en mi interior al salir de una tienda en Madrid, cuando decidí que le iba a conceder el beneficio de la duda al hombre que me acababa de atender y que yo creo que había intentado engañarme con el cambio del dinero en una compra.

Mantenerme firme en la fe me está dando muchos beneficios. Uno que agradezco muchísimo porque me hace mucha falta, es el de tener un mayor control sobre mis reacciones espontáneas. Sí, reaccioné bien esta vez frente a algo totalmente imprevisto que pasó con mi prójimo, un prójimo que no sé si volveré a ver porque yo estaba por allí de paso, de viaje en Madrid, pero era mi prójimo en aquel momento.

Le entregué un billete de diez euros para pagar una compra de tres euros. Y él me devolvió como si le hubiese dado un billete de cinco euros. Me faltaban otros cinco.

Sorprendida, pero también con amabilidad y con una sonrisa, le dije:

 - Creo que te he dado un billete de diez euros.

Se me quedó mirando y respondió:

- Ah, sí, discúlpame. Me he liado con el hombre que he atendido antes, que me ha dado un billete de cinco.

Y me dio lo que faltaba.

-No pasa nada, lo comprendo. Gracias.

Y me di la vuelta, salí de allí y reconozco que pensé mal: que aquel hombre había intentado engañarme. Una mujer con ese aire de despiste, pendiente de un hijo que no hacía más que moverse por allí y encima cargando con una maleta... así iba yo. Y concluí en que iba a quitarme de la cabeza ese pensamiento, concediéndole el beneficio de la duda, que podría ser que se hubiese confundido y ya está, como a mí también me podría pasar.

Y entonces fue cuando escuché en mi interior:

Mejor, concédele el beneficio de tu amor. A ti te lo han concedido ya muchas veces.

Y me llené de alegría al comprobar lo cerca que está de mí misma el Señor de mi vida, hasta el punto de poder escucharle. Porque a mí no me habría salido pensar, ni por tanto, decir, lo que Él me dijo.

Y llena también de agradecimiento, proseguí mi viaje tal como lo había empezado. Con Él, pidiéndole que me acompañara, me cuidara y me guiara en toda esta travesía. Qué bueno es saber y darme cuenta que estás conmigo en la vida, mi Señor Jesucristo.


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