D. Jesús
Higueras, ¿Qué hacer ante tantas y tantas personas que creen que Dios no
es necesario para sus vidas?
Estaríamos
muy equivocados si somos pesimistas, porque ahora es un momento de gracia, de
misericordia. El mundo necesita mucho más que nunca la luz de Cristo. El Papa
Francisco, el vicario de Cristo, ungido para ser luz para la humanidad,
proclama que la misericordia del Padre, cuyo rostro es Jesús, es la medicina:
Cristo es el médico y a la vez es la medicina que va a sanar a un mundo enfermo,
que huye de su propia identidad. La alternativa es el mensaje de la
Misericordia, que es para todos y llega a todos.
¿Pero cómo
explicar por qué es tan necesario el encuentro con el amor de Dios?
Hemos
de ofrecer, invitar, proponer… En un mundo
en el que las consultas de los psiquiatras y psicólogos están llenas porque la
gente, por mucho que niegue la presencia de lo trascedente, sigue herida, culpabilizada,
sin conocer la palabra perdón, hace falta que alguien diga que existe una
persona, existe Alguien ante quien no tienes que dar la talla ni demostrar
nada, que te ama incondicionalmente y, especialmente, en tu debilidad.
Dios es Alguien…
Nosotros
creemos en un Dios personal, y como ha tomado la carne humana, hablamos del
corazón de Dios, un corazón que piensa, ama, siente, perdona. En el encuentro con Él descubrimos
que no es un ser inanimado, sino que tiene sentimientos que podemos conocer,
por tanto, Dios nunca será algo, sino Alguien, y a través de Jesús descubrimos
que ese Dios es Alguien. La victoria de Cristo es la victoria de Dios sobre el
misterio del mal y del dolor y es lo que nos alienta y nos ayuda.
Nos ha dicho que
el encuentro de Dios sucede en el corazón de cada hombre.
Sí.
Sobre todo, es en la oración, en el diálogo con Él, cuando realmente uno escucha
su palabra o participa en la Eucaristía, incluso uno en su cuarto, en su casa:
Dios mío, si estás ahí, quiero conocerte, quiero experimentar que me amas,
quiero estar contigo. En ese deseo de Dios ya está Dios mismo. Cualquiera que
busque a Dios, aunque diga que no tiene fe, ya está Dios con él.
Nos ha explicado
también, que la misericordia es el nombre del amor a la debilidad humana. Todos
necesitamos misericordia.
Todos.
Como todos somos débiles, necesitamos ser amados también en nuestra debilidad,
no sólo por las cosas buenas que hacemos. Y reconocernos pecadores es el
comienzo: Sólo quien se reconoce pecador puede alcanzar la misericordia, que es
para aquellos que reconocen su debilidad, su fragilidad y que la necesitan. Porque
precisamente estás visitado en tu debilidad, esa debilidad tuya, ese pecado, es
lo que hace que Dios esté más pendiente de ti y que el amor de Dios se encienda
más contigo y llegue más lejos.
¿Por qué es
importante que el anuncio de la misericordia llegue a todos los hombres,
primordialmente a los más desvalidos?
Primero,
porque la misericordia es fuente de paz, de serenidad, de alegría. Es fácil
querer a una persona perfecta, virtuosa, a un amigo con quien te lo pasas bien,
pero qué difícil es amar a quien está con una depresión, a quien está enfermo,
a quien vive en la cárcel, a quien se siente desplazado o tiene adicciones, a
quien está con un corazón roto,
destrozado… El Papa Francisco nos dice: salgan a las periferias de la
existencia humana, no tengan miedo de encontrarse con el mundo del dolor,
porque es ahí donde, de un modo más claro y necesario, el amor de Dios tiene
que llegar: a tantas vidas anónimas, sencillas, crucificadas.
En el anuncio de
la misericordia, ¿qué lugar tienen las parroquias?
La
parroquia es esencial para el anuncio de la misericordia, primero, porque en la
parroquia encontramos la misericordia en los Sacramentos de la Penitencia y de
la Eucaristía, y luego, desde la
parroquia vamos a anunciar la misericordia. Sin la parroquia sería impensable
la vida de la Iglesia y la transmisión de la misericordia. Es la red necesaria
para que la Iglesia siga pescando. Las redes que echan Pedro, Juan y Santiago, son
las parroquias.
El Papa
Francisco insiste en la necesidad de que vivamos las obras de misericordia.
Es
que las obras de misericordia autentifican la vida del cristiano. ¿Cómo vamos a
anunciar al mundo que Dios es amor? Dando de comer al hambriento, de beber al
sediento, vistiendo al desnudo, acogiendo al forastero, asistiendo a los
enfermos, visitando a los presos y enterrando a los muertos. Y junto con las
corporales, las espirituales: dar consejo con cariño al que lo necesita,
enseñar desde la humildad al que no sabe, corregir al que se equivoca, -sabiendo
incluso que esa corrección nos podría traer alguna incomprensión-, consolar al
triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia los defectos del prójimo, -mi
prójimo es mi próximo: mi marido, señora, hijo, cuñada, suegra, nuera… -, tener
esa sonrisa, esa serenidad. Para los hombres es imposible, para Dios todo es
posible. Y rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
La metodología
de evangelización que convence es la de nuestra vida, nuestras obras.
Sí.
Anunciamos al mundo el amor de Dios no tanto con las palabras -no somos
anunciadores verbales-, sino que con nuestra vida y obras afirmamos el amor, al
Dios que se implica con tu vida, que lo ha dado todo por ti. Y cuando seamos
visitados en el misterio de la cruz, la enfermedad, el abandono, el fracaso, dando
un testimonio de que seguimos creyendo en el amor de Dios. En el misterio de la
cruz somos predilectos, amados por Él. La cruz ha dejado de ser una maldición
para ser el espacio para encontrarnos con Aquel que carga con nuestros pecados,
que nos saca adelante. Esto es de una belleza increíble y el mundo necesita
testigos de esta belleza. Y simplemente, diciendo: mira, a mí me ha salvado, a
mí me ha dado la vida, Él es mi fortaleza, mi refugio, es la razón por la que
me levanto cada mañana, el motivo por el que no me rindo y no tiro la toalla.
¿Por qué no haces tú la experiencia? Ven y verás.
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