miércoles, 25 de mayo de 2016

Para comprender el servicio fundamental del Sacerdote como mediador entre Dios y el hombre

 

 

Artículo de la página de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X:
 
El Sacerdote como mediador

“Es así que todo pontífice entresacado de los hombres, es puesto para beneficio de los hombres, en lo que mira a el culto de Dios, a fin de que ofrezca dones y sacrificios por los pecados.” (Heb 5, 1).
Para comprender el papel del Sacerdote como mediador entre Dios y el hombre, debemos comenzar por hacer tres observaciones preliminares. Por una parte, que el hombre es social; por otra, que el hombre es una criatura; y finalmente, que el hombre es pecador.

Situación de la humanidad

El hombre es un ser social

El hombre es social. Esto significa que el hombre, por su naturaleza misma, tiende a establecer comunidades con sus semejantes y a unirse a ellos para satisfacer las necesidades de la vida y para alcanzar su meta. Además, dado que al agruparse las personas no viven automáticamente juntas en un estado de armonía y de productividad, cada grupo de hombres necesita un jefe que lo unifique y dirija.

El hombre es una criatura.
El hombre es una criatura. En un momento dado, no existía; después, en un cierto momento, vio la luz del día. Así pues, en todo instante, la totalidad de su ser depende de su Creador. Pero el hombre no recibe solamente su existencia de Dios; de hecho, recibe de Él todo lo que tiene. Debido a este estado de dependencia, el hombre tiene el deber de honrar a Dios. Esta obligación se cumple mediante lo que llamamos actos de religión.
Con estos dos primeros hechos podemos fácilmente ver que los hombres que viven en sociedad no solamente necesitan presidentes, directores generales y jefes de familia para dirigir a los diferentes órganos de la sociedad. De igual manera necesitan Sacerdotes, es decir, hombres reservados para unir y dirigir a los hombres en el culto que la humanidad rinde a Dios. Éste es el papel determinante del Sacerdote. Las sociedades humanas, a través de las diferentes épocas, han reservado a ciertos hombres para representarlas ante Dios y presentarle en su nombre las mejores ofrendas de la comunidad.
En esta etapa, podemos ver ya que el Sacerdote, por naturaleza, es un mediador. A saber, aquel que sirve de vínculo entre dos partes, Dios y los hombres. Es un embajador ante la corte celestial, que presenta a Dios las ofrendas de toda la comunidad, honrándolo como es debido, para expresar nuestra gratitud y pedirle los favores necesarios.

El hombre es pecador

Pero queda todavía un último factor que hay que tomar en cuenta: es el hecho de que el hombre es pecador. El primer hombre, y por lo tanto el jefe natural de la raza humana, violó la relación del hombre con Dios cometiendo un pecado de flagrante desobediencia. Desde entonces, el hombre no solamente necesita honrar a Dios como es debido, sino que también tiene que reparar. En otras palabras, debe expiar, principalmente por el crimen de Adán, pero también por los del resto de la raza humana.
Esta situación es muy diferente de la del hombre inocente. Antes de que hubiera ofendido a Dios, el hombre podía ofrecerle dones que Le eran aceptables, incluso si no eran de un valor infinito. Todo lo que necesitaba el hombre era honrar a Dios según el límite de su capacidad de criatura. Le bastaba con presentarle ofrendas proporcionadas a su condición humana, y no aquellas que correspondieran a la majestad suprema de Dios.
No es lo mismo cuando se trata de reparar los crímenes cometidos contra Dios, pues es como si hubiera que construir un puente hacia el Cielo. Un simple hombre no puede hacer tal cosa. Se necesita el infinito.
Así, la humanidad, después del pecado de Adán, se encuentra en una situación espantosa. Dios fue ofendido por la raza humana y nadie podía apaciguarlo. La raza humana había sido creada por Dios, pero ahora era imposible tener acceso a Él. Ciertamente, no se puede imaginar una tragedia más terrible.

Necesidad de un Salvador

Un Salvador

Dios solo podía resolver esta situación. Eso es lo que Él hizo de la manera más perfecta y sorprendente posible. Ofreció a la raza humana un nuevo jefe, y por lo tanto un nuevo mediador, que no solo podría ofrecer dones iguales a la majestad de Dios, sino que también podría pagar un precio infinito por el crimen del pecado. “Mas cumplido que fue el tiempo,” dice San Pablo, “envió Dios a su Hijo, formado de una mujer […] para redimirnos.” (Ga 4, 4-5).
Jesucristo es a la vez Dios y hombre. Como Dios, es una persona divina y todas sus acciones son dignas de Dios. Como hombre, es capaz de representar los intereses de la raza humana ante Dios. Así, no sólo puede ofrecer una cierta retribución por el pecado, como lo puede hacer todo hombre, sino que puede ofrecer una paga suficiente para reconciliar a toda la humanidad con Dios. ¿Y cuál es ese precio? Él mismo. Jesucristo, en su naturaleza humana, se ofrece a Sí mismo a Dios en nombre de toda la humanidad, para expiar nuestros crímenes infinitos y atraer sobre nosotros todo tipo de bendiciones divinas. Éste es el Sacerdocio de Jesucristo. Él es el único mediador entre Dios y los hombres (1 Tim 2, 5).

Sacerdocio católico

¿Qué necesidad hay entonces, se puede uno preguntar, de Sacerdotes puramente humanos, después del sacrificio perfecto de Nuestro Señor? De hecho, nada ha cambiado de los tres puntos establecidos arriba: el hombre es todavía social, sigue siendo criatura y aún tiene el pecado. Así, el hombre todavía necesita un ministro de ceremonias religiosas para ofrecer en su nombre honor y reparación a Dios. Nunca habrá un momento aquí en la Tierra en el que los hombres no tengan que ofrecer un sacrificio a Dios.
Nuestro Señor Jesucristo quiso dar a los hombres los medios de presentar de nuevo su propio sacrificio, el más perfecto, a Dios, de manera que sus frutos se pudieran aplicar hasta el fin de los tiempos. Así pues, dio a ciertos hombres el poder de actuar en su nombre y, al hacer esto, de repetir en su nombre su perfecta mediación ante el Padre. Estos hombres reciben este poder a través del sacramento del Orden Sacerdotal, y son así llamados, con toda la razón, “otros Cristos”. Tal es la naturaleza del Sacerdocio Católico: actuar en la persona de Cristo, ofreciendo su propio sacrificio a Dios para la satisfacción del pecado, pero también como ofrenda de adoración, de acción de gracias y de petición.

Mediador

Para resumir, dado que el hombre es social, actúa en grupos con sus semejantes, bajo la dirección de un jefe. Porque es criatura, honra a su Creador. Porque es pecador, debe expiar sus crímenes contra Dios. Jesucristo, el Dios-hombre, satisface perfectamente estos tres puntos como mediador entre Dios y los hombres. Él es el nuevo jefe de la raza humana, establecido por Dios para guiar a los hombres en su adoración de Dios y en la reparación perfecta necesaria para destruir el pecado.
Los Sacerdotes Católicos reciben el papel y el poder increíble de actuar en la persona de Jesucristo. Participan de su Sacerdocio y por lo tanto de su mediación. Su función más elevada se realiza en la Misa, en la que ofrecen a Dios, en nombre de toda la humanidad, el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. De hecho, no hay nada más perfecto que un hombre pueda hacer: ser el instrumento de una mediación perfecta entre el hombre y Dios.

domingo, 8 de mayo de 2016

Ahora es un momento de gracia, de Misericordia. Ven y Verás. Entrevista a D. Jesús Higueras Esteban, en su participación en el II Encuentro Diocesano de la Divina Misericordia de Albacete

D. Jesús Higueras Esteban, párroco de Santa María de Caná en Pozuelo de Alarcón (Madrid), colaborador en prensa y en programas de TV, ha sido nombrado por el Papa Francisco, misionero de la Misericordia en este Año Santo de la Misericordia. Habló de Misericordia y Nueva Evangelización durante su participación en el II Encuentro Diocesano de la Divina Misericordia de Albacete y explicó cómo hemos de anunciar la Misericordia.


D. Jesús Higueras, ¿Qué hacer ante tantas y tantas personas que creen que Dios no es necesario para sus vidas?
Estaríamos muy equivocados si somos pesimistas, porque ahora es un momento de gracia, de misericordia. El mundo necesita mucho más que nunca la luz de Cristo. El Papa Francisco, el vicario de Cristo, ungido para ser luz para la humanidad, proclama que la misericordia del Padre, cuyo rostro es Jesús, es la medicina: Cristo es el médico y a la vez es la medicina que va a sanar a un mundo enfermo, que huye de su propia identidad. La alternativa es el mensaje de la Misericordia, que es para todos y llega a todos. 

¿Pero cómo explicar por qué es tan necesario el encuentro con el amor de Dios?
Hemos de ofrecer, invitar, proponer…  En un mundo en el que las consultas de los psiquiatras y psicólogos están llenas porque la gente, por mucho que niegue la presencia de lo trascedente, sigue herida, culpabilizada, sin conocer la palabra perdón, hace falta que alguien diga que existe una persona, existe Alguien ante quien no tienes que dar la talla ni demostrar nada, que te ama incondicionalmente y, especialmente, en tu debilidad. 

Dios es Alguien…
Nosotros creemos en un Dios personal, y como ha tomado la carne humana, hablamos del corazón de Dios, un corazón que piensa, ama,  siente, perdona. En el encuentro con Él descubrimos que no es un ser inanimado, sino que tiene sentimientos que podemos conocer, por tanto, Dios nunca será algo, sino Alguien, y a través de Jesús descubrimos que ese Dios es Alguien. La victoria de Cristo es la victoria de Dios sobre el misterio del mal y del dolor y es lo que nos alienta y nos ayuda.

Nos ha dicho que el encuentro de Dios sucede en el corazón de cada hombre.
Sí. Sobre todo, es en la oración, en el diálogo con Él, cuando realmente uno escucha su palabra o participa en la Eucaristía, incluso uno en su cuarto, en su casa: Dios mío, si estás ahí, quiero conocerte, quiero experimentar que me amas, quiero estar contigo. En ese deseo de Dios ya está Dios mismo. Cualquiera que busque a Dios, aunque diga que no tiene fe, ya está Dios con él.

Nos ha explicado también, que la misericordia es el nombre del amor a la debilidad humana. Todos necesitamos misericordia.
Todos. Como todos somos débiles, necesitamos ser amados también en nuestra debilidad, no sólo por las cosas buenas que hacemos. Y reconocernos pecadores es el comienzo: Sólo quien se reconoce pecador puede alcanzar la misericordia, que es para aquellos que reconocen su debilidad, su fragilidad y que la necesitan. Porque precisamente estás visitado en tu debilidad, esa debilidad tuya, ese pecado, es lo que hace que Dios esté más pendiente de ti y que el amor de Dios se encienda más contigo y llegue más lejos. 

¿Por qué es importante que el anuncio de la misericordia llegue a todos los hombres, primordialmente a los más desvalidos?
Primero, porque la misericordia es fuente de paz, de serenidad, de alegría. Es fácil querer a una persona perfecta, virtuosa, a un amigo con quien te lo pasas bien, pero qué difícil es amar a quien está con una depresión, a quien está enfermo, a quien vive en la cárcel, a quien se siente desplazado o tiene adicciones, a quien está con un corazón roto,  destrozado… El Papa Francisco nos dice: salgan a las periferias de la existencia humana, no tengan miedo de encontrarse con el mundo del dolor, porque es ahí donde, de un modo más claro y necesario, el amor de Dios tiene que llegar: a tantas vidas anónimas, sencillas, crucificadas.

En el anuncio de la misericordia, ¿qué lugar tienen las parroquias?
 La parroquia es esencial para el anuncio de la misericordia, primero, porque en la parroquia encontramos la misericordia en los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía,  y luego, desde la parroquia vamos a anunciar la misericordia. Sin la parroquia sería impensable la vida de la Iglesia y la transmisión de la misericordia. Es la red necesaria para que la Iglesia siga pescando. Las redes que echan Pedro, Juan y Santiago, son las parroquias.
 
El Papa Francisco insiste en la necesidad de que vivamos las obras de misericordia.
Es que las obras de misericordia autentifican la vida del cristiano. ¿Cómo vamos a anunciar al mundo que Dios es amor? Dando de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo, acogiendo al forastero, asistiendo a los enfermos, visitando a los presos y enterrando a los muertos. Y junto con las corporales, las espirituales: dar consejo con cariño al que lo necesita, enseñar desde la humildad al que no sabe, corregir al que se equivoca, -sabiendo incluso que esa corrección nos podría traer alguna incomprensión-, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia los defectos del prójimo, -mi prójimo es mi próximo: mi marido, señora, hijo, cuñada, suegra, nuera… -, tener esa sonrisa, esa serenidad. Para los hombres es imposible, para Dios todo es posible. Y rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

La metodología de evangelización que convence es la de nuestra vida, nuestras obras.
Sí. Anunciamos al mundo el amor de Dios no tanto con las palabras -no somos anunciadores verbales-, sino que con nuestra vida y obras afirmamos el amor, al Dios que se implica con tu vida, que lo ha dado todo por ti. Y cuando seamos visitados en el misterio de la cruz, la enfermedad, el abandono, el fracaso, dando un testimonio de que seguimos creyendo en el amor de Dios. En el misterio de la cruz somos predilectos, amados por Él. La cruz ha dejado de ser una maldición para ser el espacio para encontrarnos con Aquel que carga con nuestros pecados, que nos saca adelante. Esto es de una belleza increíble y el mundo necesita testigos de esta belleza. Y simplemente, diciendo: mira, a mí me ha salvado, a mí me ha dado la vida, Él es mi fortaleza, mi refugio, es la razón por la que me levanto cada mañana, el motivo por el que no me rindo y no tiro la toalla. ¿Por qué no haces tú la experiencia? Ven y verás.