En catequesis explicamos a los
niños que Dios es amor y el amor es Dios, desde la experiencia del amor de sus
padres, y a responder a este amor -que está por encima de errores, pues todo lo
comprende, perdona, cura y hace nuevo-, amando a sus padres con obediencia y
respeto.
El amor es tener experiencia
de Dios mismo: Te quiero porque sí, por
ser tú. Es el amor entre padres e hijos, y hermanos en una familia, la
tierra fértil para crecer.
Vemos así que el amor de Dios
no es una abstracción, ni tampoco la fe, que es certeza, no es duda. El amor
nunca falla, sólo puede amar y si nos mantenemos en él Dios mismo viene en
nuestra ayuda y nos dice qué tenemos que hacer. Como el padre y la madre ayudan
a su hijo. Y Dios -bendito sea su Santo Nombre-, es la mejor de las madres y de
los padres.
Dios anuncia su misericordia
con los niños -cuánto nos quieren, sin merecerlo nosotros tantas veces-. Él nos
ha enviado a un Niño que conocerlo y amarlo es alcanzar para siempre la
felicidad. Este Niño Jesús crece en nuestros niños y es el amigo verdadero que
nunca les va a fallar.
Ahora los niños viven en un
ambiente social difícil. Igual que unos creen
en Buda o en el yoga –así les hablan-
cree en lo que te haga feliz a ti. Tú decides. Haciéndoles dudar hasta de lo
que les dicen sus padres.
Es como si la fe y la cultura
no existiesen y lo peor es que unos aprovechan para que se legisle sobre una ideología
extraña en la que los niños pueden decidir sobre su cuerpo y existencia.
Mayo es el mes de María,
-nuestra Madre, la Virgen de los Llanos-, y de las Primeras Comuniones. San
Juan Pablo II, gran hombre de nuestra cultura, nos pide que cultivemos el amor a
María y acojamos la potestad de Cristo Jesús, pues “Él conoce lo que hay dentro de cada hombre. ¡Sólo Él lo conoce!”.