Hacía tiempo que no iba al dentista y sabía que tenía que ir ya cuanto antes. Me veía una caries. Yo la veía pequeña, sin importancia, pero en cuanto me la ha visto mi dentista, me ha dicho que era bien grande, de las que avanzan muy rápido, y que menos mal que había ido a la consulta, porque faltaba ya muy poco para que me dañara el nervio.
Y no sólo eso: esta caries estaba a punto de expandirse a la muela de al lado.
Bueno, pues mi dentista, que es muy buena profesional, se ha puesto rápidamente manos a la obra, para limpiar el agujero, sanear y restaurar con el empaste. Ella -es mujer- me conoce de muchos años y conoce mi boca mejor que yo misma, y mis hábitos.
Sé que estoy en muy buenas manos, pero siempre me pongo algo nerviosa. Me impone bastante ir al dentista. El pinchazo de la anestesia, pues algo notas, aunque ya te adormecen bastante la encía con una pasta; se te va encallando la boca, notas cómo te escarban, el ruido chirriante del torno -creo que se llama torno-, me pone los pelos de punta, a veces huele a quemado... en fin, no es agradable, y menos mal que lo hacen todo lo más indoloro posible. Yo cierro los ojos, no quiero ver nada. Sólo abro la boca y me dejo hacer, deseando que acabe aquello cuanto antes.
Pues en este deseo de que acabase aquello cuanto antes, me puse a pensar en mi dulce Jesús, y me puse en su presencia, que siempre está conmigo, -más aún cuando hacía unas tres horas que acababa de comulgar-.
Le decía: menos mal que me he decidido a venir al dentista, que ya estaba tardando y no quería venir. Tú me has ayudado, como siempre, me das fuerzas para todo lo que tengo que hacer. Esta caries podría haberse convertido en un problema serio.
Y de repente empecé a pensar en cuántas caries del alma me ha quitado mi médico del alma, con el bálsamo de la misericordia, es decir, con la gracia de mi Señor Jesucristo.
Las caries del alma son mucho más dañinas, más dolorosas y más urgentes de quitar, que las caries de los dientes, pero no se les da la importancia que tienen.
Mi médico del alma, el sacerdote, escucha mi confesión: lo que está cariado en mí, lo que está podrido o a punto de pudrirse. Una caries malísima que yo tenía era echar la culpa a todo el mundo a mi alrededor: decía que no se portaban bien conmigo, que me trataban mal... y entonces yo me encerraba en mí misma, no quería relación con tal ni con tal ni con tal persona.
Esto me estaba bloqueando mi crecimiento, mi vida entera... es más, me estaba aislando, me lo estaba contaminando todo, cada vez me encontraba peor. Sufría y por tanto, hacía sufrir a los demás.
Bueno, pues mi médico del alma ha conseguido lo que yo creía imposible de curar. Y aplicando el dulce bálsamo de la misericordia: sin anestesias, sin tornos, sin pasar mal rato... y GRATIS, consulta gratis.
No noté los efectos de manera inmediata, pero sí en poco tiempo... algo más tuvo que hacer mi médico del alma, quizás orar mucho por mí. Sí, eso creo. Por mi parte, salí muy aliviada de poder contar lo que me pasaba, en secreto que es; cumplí la penitencia (hacer unas oraciones), y seguir unas orientaciones que me dio, y con las que me hizo ver que estaba equivocada. Y obedecí.
Ahora me siento curada del todo. Dios mío, cómo me estaba bloqueando ese mal en mi alma. El daño que me estaba haciendo. Me he perdido buena parte de mi vida por no haber ido antes. En serio, es así.
Otra caries malísima... esta no la voy a contar. Se refiere a una persona muy querida y significativa para mí que por poco rompo mi relación con ella y habría sido muy desgraciada. Pues el sacerdote me lo dijo bien claro lo que tenía que hacer, se me abrieron los ojos en aquel momento, comprendí y obedecí.
Aunque a veces no se comprenda, la obediencia es necesaria. El médico sabe lo que hace, y por experiencia sabemos que hay que hacerle caso. Él sabe lo que hay que hacer. Y en el caso del médico del alma, ahí es el mismo Jesucristo quien está actuando, por su representante que lleva en su Corazón.
Obedecer requiere un esfuerzo, pero forma parte del tratamiento, de la cura.
Yo necesito ir al médico con frecuencia. Me salen caries, aunque cada vez menos, pongo más cuidado. Cuando uno siente angustia, o está bloqueado por lo que sea, o los acontecimientos le superan, o tiene conciencia de haber obrado mal... hay que ir. Por salud, del cuerpo y del alma. Para vivir bien, que para eso ha venido Jesucristo y se ha quedado con nosotros. Por curar todo aquello que nos está dañando tanto y tanto dañando nuestra convivencia.
Para descubrir que Su bondad y su misericordia nos acompañan siempre. Para no seguir empeñados en vivir en el error y dejar que las caries lo contaminen todo.